The Big Fat Surprise
(english version: click here)
Las actuales recomendaciones dietarias para los españoles incluyen la siguiente distribución de las calorías totales en macronutrientes:
- 50-55 % carbohidratos
- 30-35% grasas (15-20% monoinsaturados)
- 10-15 % proteínas
¿Más del 50% de las calorías procedentes de los carbohidratos? ¿Tan sanos son? ¿Tan recomendables? ¿Son la energía que nuestro cuerpo necesita para funcionar? No, ni mucho menos. No son esas las razones de que nos recomienden basar nuestra alimentación en los carbohidratos. Es por el injustificado miedo a la grasa animal.
A mediados del siglo pasado en EEUU algunos científicos estaban convencidos de que la grasa dietaria era responsable de la creciente cantidad de muertes por accidente cardiovascular. A pesar de la falta de evidencia científica que respaldase esa creencia acabaron imponiéndola a todos los niveles, con la colaboración de políticos, periodistas y organizaciones agroalimentarias. Cualquier científico que no aceptara el nuevo dogma fue marginado en la financiación de sus investigaciones, ignorado en las publicaciones científicas, apartado de la vida pública o vilipendiado.
El miedo a la grasa tuvo una consecuencia inevitable y devastadora: el aumento de los hidratos de carbono en la dieta. Algo hay que comer, y si no era grasa y tampoco se quería aumentar la cantidad de proteína, tenían que aumentar los hidratos.
¿Cuáles iban a ser los los efectos de ese cambio en la dieta? No se sabía. No existían estudios a largo plazo analizando el efecto de esa nueva forma de comer. Pero aun así se sometió a la población estadounidense (y mundial) a un experimento descontrolado, tratando a la población como animales de laboratorio.
Ese cambio en la dieta no era posible sin un lavado de cara de los hidratos de carbono. Mi abuela y mi madre sabían perfectamente que el pan y la pasta engordan, pero las madres actuales han sido instruidas con el mantra de que «lo que importan son las calorías totales, no de dónde vengan«. El mensaje actual es que la grasa, con más calorías por gramo que los hidratos, es el alimento a evitar. En pocas palabras, el dogma actual nos cuenta que en el bocadillo el problema no es el pan, sino el relleno.
La filosofía de contar calorías es consecuencia directa del miedo a la grasa: se ignora el conocimiento científico, los efectos fisiológicos de los distintos alimentos, y todo se reduce a contar cuántas calorías tiene cada uno.
Para ver las consecuencias de estos cambios en la dieta basta con mirar a nuestro alrededor: diabetes, obesidad, hipertensión, enfermedad cardiovascular, etc. Y las instituciones son ciegas ante el problema que han creado: los obesos lo son por glotones y vagos, porque comen demasiado y hacen poco ejercicio, la dieta baja en grasa y calorías nunca funciona porque todo el mundo abandona la dieta y sigue comiendo grasa a escondidas, etc.
«El problema principal actualmente no es la carestía de ningún
nutriente, sino su ingesta excesiva». Ministerio de Sanidad.
Ellos no están equivocados; somos la gente los que no seguimos sus consejos y nos da por comer mucho, ponernos como focas y enfermar. ¿Por culpa de las recomendaciones oficiales? Claro que no, ¡es que la gente no tenemos autocontrol!
Resulta difícil de creer tanta ceguera y arrogancia, ¿no? Recuerdo que un compañero de trabajo me preguntó cómo podía ser que todas las instituciones públicas del mundo estuviesen equivocadas. Dejando a un lado el hecho de que no todos los países recomiendan las dietas bajas en grasa, todos deberíamos conocer la respuesta a esa pregunta y el libro The Big Fat Surprise debería ser de lectura obligatoria en los colegios, en las universidades y en los hogares. Pero sobre todo las autoridades que hacen las recomendaciones en nutrición y los médicos deberían leerlo e interiorizarlo. Todos deberíamos conocer cómo hemos llegado a esta situación, cómo algunos científicos fanáticos y arrogantes consiguieron imponer sus convicciones por encima de la evidencia científica, cómo las actuales recomendaciones dietéticas están basadas en ciencia inexistente, fraudulenta o de nula fiabilidad, incluso cuando hablamos de la tan famosa dieta mediterránea. Independientemente de que creamos o no en las virtudes de la dieta mediterránea creo que Nina Teicholz hace un buen trabajo de análisis de la evidencia científica al respecto. El libro es ameno y muy claro en la descripción de los hechos.
En conclusión, el dogma oficial dice que «la reducción de grasa saturada y colesterol se relaciona con la disminución de la enfermedad cardiovascular, particularmente la enfermedad coronaria, de algunos tipos de cáncer y de la obesidad.» Si crees que las autoridades no darían ese mensaje sin tener datos fiables que lo respalden, deberías leer el libro de Teicholz. Tu salud está en juego y en este caso la credulidad no tiene premio. Al contrario.
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